El sofisma del Día sin carro

Montesquieu dijo que «Las leyes inútiles desvirtúan las útiles» y refleja la idea de que ciertas normas debilitan la confianza del ciudadano en el Estado.

Aquel decreto 1098 de año 2000 de instituir el Dia sin carro prometió abrir una jornada de reflexión sobre la ciudad que los bogotanos querían, la insostenibilidad del modelo de transporte basado en el vehículo particular y la pertinencia de un servicio público de pasajeros eficaz y eficiente.

Ese año enmarcó un momento de popularidad del alcalde de entonces, a quien se le aplaudía casi todo lo que hacía y gracias al capital político acumulado se le perdonaban algunos descaches.

Eran los tiempos de que por fin se le iba dar un orden al transporte público de pasajeros al adaptar el modelo de una ciudad brasileña de 300 mil habitantes a la Bogotá de 5 millones de entonces, ero aplazando 20 años más la necesaria construcción del Metro.

Pero ante la aparente claridad de los proyectos, de la eficiencia de las obras y de la eficacia del Pico y placa (en el que paraban cuatro números al día por dos horas en la mañana y dos horas en la tarde), ¿por qué no hacerle caso al mandatario en su sueño de acabar con el vehículo particular a cambio de un servicio público que todavía no mostraba sus limitaciones?

Dado que la propuesta fue gestionada mediante una consulta popular convocada por la propia administración, otorgar dicho mandato al alcalde se tradujo en una autorización amplia para que el decreto firmado fuese tan avanzado y progresista que no solo podría haber sido rechazado en Cundinamarca, sino incluso en Dinamarca.

Eso es lo que pasa cuando se les giran cheques en blanco a los políticos: se toman manga por hombro, deciden más allá de lo permitido, firman políticas inútiles y terminan afectando negativamente y por decenios las vidas de millones de personas. Veamos.

Cero aporte ambiental

El objetivo de mejorar la calidad del aire mediante la reducción de la contaminación de las fuentes móviles no ha tenido éxito desde la primera jornada sin vehículo particular, ya que la misma agencia ambiental del distrito reportó que el cambio había sido insignificante.

Esto se debe a que tanto los vehículos de transporte público de pasajeros, como de carga y otros autorizados para circular eran y siguen siendo tan obsoletos que incluso sin los vehículos particulares, su contribución a la polución continúa siendo predominante.

Un modelo de transporte público discutible

Transmilenio tuvo un inicio prometedor, pero al poco tiempo desnudó sus limitaciones: una vez el transporte público tradicional fue reemplazado por TM y el Sitp fue evidente el desacertado trazado de las rutas, la mal calculada frecuencia de los equipos y la insuficiente capacidad del sistema para una ciudad del tamaño poblacional de Bogotá, sumado a la carga ambiental de los motores diésel.

Y ni hablar de la politización de los sucesores gobiernos de izquierda, que ralentizaron el desarrollo del sistema con consecuencias que todavía se están pagando, especialmente por los usuarios, cuando no los comerciantes y vecinos aledaños a las troncales.

Tanto es así que, gracias a la experiencia adquirida durante la pandemia y su confinamiento, las empresas y sus trabajadores, así como las universidades y sus estudiantes, prefieren el teletrabajo a arriesgarse a la jornada de prohibición.

En consecuencia, el Día sin carro lo que verdaderamente ha propuesto es una reflexión sobre la calidad de los gobernantes, sus proyectos y decisiones, en este caso, no haber invertido en la infraestructura de una ciudad en constante crecimiento poblacional y que en los últimos 30 años ha duplicado sus habitantes y necesidades.

Y surge la pregunta: ¿cuál alcalde asume el costo político de derogar el sofisma?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *